h1

Días previos al día del Padre

junio 16, 2008

  No suelo levantarme a cualquier hora los fines de semana. Quiero decir, es muy difícil que me levante después de la una y media de la tarde. No ocurre casi nunca: algunas pocas veces en mi vida me ha ocurrido ese desliz y ha sido espantoso. Casi podría jurarlo. Si eso sucede es porque la noche anterior estuve cerca de morir o de ser feliz. De morir es lo más probable: tal vez lo único probable.  Sé que tengo resistencia a la bebida, lo he comprobado a lo largo de estos años, pero una botella entera de whisky puede derrotar hasta al más kamikaze de los bebedores. Lo cierto es que el viernes no bebí en exceso: dos cervezas y una botella de vino. Estuve solo en mi casa, escuchando música y pensando en cómo salir de la depresión que cruza toda mi existencia de principio a fin. La verdad, no encontré una solución a mis inconvenientes ni una salida honorable a mi mediocre y torpe tragedia amorosa. Fumé porro, bebí alcohol, escuché punk rock, lloré bastante, pensé en que la mujer que amo estaba en ese preciso momento en los brazos de otro hombre, sonriendo con otro, y en silencio odié a todas las personas que conozco en esta tierra. A todas con la misma proporción. Para algunos menesteres soy terriblemente justo. El sábado, al levantarme, cerca del mediodía, decidí ir a unas librerías de usado en el coqueto barrio de Belgrano. Ese recorrido cultural suele ser lo único interesante de mis fines de semana. No miento: por desgracia para mí no miento. Compré a un precio amable y cordial una novela de Gabriela Massuh. «La intemperie», ese es el título de la novela. Voy por la página 40 y va más que bien. Una joyita. El título de la novela es, diría yo, perfecto. La vida, la mía, no tiene ni la más mínima posibilidad de ser pensada como perfecta. Para ahorrar un poco de dinero – siempre estoy gastando de más – decidí pasar por la casa de mis padres. Se acerca el día del padre y estaría bien que estuviera presente un poco en la vida de ellos dos.  El sentido común dice que debemos agradecer a nuestros progenitores por habernos traído al mundo y darnos tanta dicha. La vida es un regalo, dicen, que hay que saber aprovechar. El sentido común: ¿qué se puede decir frente a eso ? Al entrar a la  casa de mis viejos me entero que mi padre tiene gripe y está tirado en la cama. Mi madre en la cocina está limpiando y ordenando un poco su mundo. Busco en mi cerebro algo para decir, una oración que logre ser neutral: no quiero aparecer frente a ellos como un hombre derrotado. No quiero que sepan como me siento realmente. «¿ Qué vamos a hacer mañana, para el día del padre? «, le pregunté a mi madre. «En cuanto abran una sola botella de vino, yo me mando a mudar de esta casa», contestó ella. Su mirada era triste y tal vez un poco distante.  Absolutamente nada en mi vida anda del todo bien, pensé. Alguien me está gastando una broma muy pesada desde hace mucho tiempo, pensé. «Andate a la concha bien de tu madre», le contesté y me arrepentí mientras lo terminaba de decir. Desde la cama, mi padre me gritaba: «Basta Rodrigo, basta». Le pedí perdón inmediatamente, me fuí al que solía ser mi cuarto cuando vivía en esta casa  y me puse a leer el diario. Acá, en estas hojas impresas con oraciones insulsas y baratas, tampoco hay buenas noticias. Tal vez  no estaría mal empezar a anesteciarme desde temprano. Y por sobre todas las cosas, muy lejos de todos.

Un comentario

  1. me encanta este blog!



Deja un comentario