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el cuento del tío – parte II

julio 11, 2008

Por entre los dientes gastados se escapan los verbos en presente, un mapa propio y ajeno a la historia se inventa Pancho.

Pancho: Una frustración que es mayor que la que podés tener con cualquier mina a la que no le pagás.
Arremangame el canelón: No sé, eso lo pongo en tela de juicio. Lo mismo puede pasar en una relación casual en la que no media el dinero de forma explícita. Puede no aparecer la caricia, como vos decís.
Pancho: Por ejemplo, hoy tenía ganas de encontrarme con vos y vos tenías ganas de encontrarte conmigo. El problema con la prostituta es que ella…
AEC: Si pudiera no estaría ahí.
Pancho: Seguramente. No existe este rapport de que Pablo y yo nos encontremos acá nada más que porque nos une una historia o porque tenemos sensibilidades comunes en algún aspecto de nuestra personalidad. Porque tenemos ganas de juntarnos. Es un efecto de ilusión: pretendo tener la ilusión de encontrarme con Pablo. A la prostituta, en cuarenta años, la voy a encontrar en la medida en que tenga un billete; en cambio a vos, aunque no tenga un billete, te voy a encontrar igual. Y te voy a pedir que me pagues el café. Pero hablemos de la historia.
AEC: La primera pregunta es qué diferencia habría con otra puta. Algo habría que superara la relación cliente-prostituta, según lo que vos contás.
Pancho: Creo que si te cuento lo que pasó, me parece que vas a poder entender la diferencia. ¿Por qué? Porque esta mujer es una mujer extremadamente especial. Creo que tiene algo más de geisha que de prostituta común. Es más, ella leyó el famoso libro Memorias de una geisha y aprendió a ejercer su profesión de otra manera. Es más, tenía mucho miedo de que sus hijos se enteraran de lo que hacía. Tenía cuatro hijos.
AEC: ¿Vivían con ella y no sabían?
Pancho: No, eran adolescentes. Le dije: «El día que tus hijos se enteren y te reprochen algo, te pido por favor que me avises porque me gustaría hablar con ellos y contarles que vos traés consuelo, tranquilidad, alegría y que ejercés un oficio o profesión con una extremada dignidad, que básicamente consiste en que no mentís. Primero, porque decís tu nombre verdadero, cosa que no es común en este ambiente.
AEC: Vos lo pudiste comprobar cuando te encontraste con ella por su problema legal.
Pancho: Pude comprobar que se llamaba tal cual como me había dicho el primer día. Fui a la casa y pude comprobar que tenía la cantidad de hijos que me había dicho. Pude comprobar que vivía donde me había dicho que vivía. Y a través de la relación pude comprobar que todo lo que me había dicho era absolutamente cierto.
(…)
Lo que vulgarmente se llama macumba o candomblé. Ella frecuentaba un templo de candomblé. De ahí nos fuimos al hotel y otra gran sorpresa fue que no me pidiera el dinero por adelantado, cosa que toda prostituta hace. Algo que, de entrada, te produce una frustración enorme. Ella no habló de la plata. De lo que habló fue de levantar el volumen de la música, porque estaban tocando el tema de Ricardo Arjona que justamente se llama «Santo pecado». Esos dos extremos que se tocan y se separan y que todos sentimos la tensión. ¿Qué es el sexo? ¿Santidad? ¿Pecado? ¿Qué es? Sobre todo los que tenemos más de cincuenta años y nos criamos antes del Concilio Vaticano II, de 1962, donde el concepto de pecado era muy fuerte y el miedo al infierno era muy grande. Ricardo Arjona es un baladista del cual todas las prostitutas son fanáticas. Entre las prostitutas hay dos ídolos musicales: Arjona y Sabina. Los dos hablan de ellas de forma maravillosa.
Nos desnudamos y bailamos en la habitación del hotel el tema de Arjona. Ahí me di cuenta que bailaba maravillosamente bien, que tenía un sentido del ritmo extraordinario, se dejaba llevar como una pluma.
Entonces, si uno vive cotidianamente tanta tensión y angustia, y de pronto, sin pensarlo, sin planearlo, se encuentra con un personaje de ese tenor, la emoción es fuertísima. Y nunca más en mi vida hice el amor con alguien así. Con una mujer que, pese a que cobra, yo sentía que ella sentía y sentía que acababa. Su mirada, al momento de tener sexo, es una mirada de una intensidad indescriptible. La suavidad de su piel era algo que me erizaba. Creo que mi tema musical preferido son los versos de Manzi que dicen: «No habrá ninguna igual, no habrá ninguna / ninguna con tu piel ni con tu voz. / Tu piel, magnolia que mojó la luna. / Tu voz, murmullo que entibió el amor. / No habrá ninguna igual, todas murieron / en el momento en que dijiste adiós.»
Vienen a cuento los versos de Homero Manzi -que, por otra parte, era hincha de Huracán- porque, a pesar de la intensidad, ella tenía una característica de lejanía: ella estaba con vos, pero al mismo tiempo no estaba. No era que no estuviera en el sentido mercantil, era una sensación de lejanía que te hacía desearla más. Además, como su físico ya no era el de una pendeja (tenía 37 años en esa época), ya era un poco entrada en carnes, lo cual te daba la sensación de tener en la cama a una madonna renacentista. Se sentía el cuerpo. En un momento le pedí que me marcara y me chupó las tetillas como nadie me las chupó en mi vida. Y me las mordió como nunca nadie me las mordió. Y me marcó como nunca nadie me marcó.
A lo cual se agrega que cambiaba de roles -hombre / mujer, mujer / hombre- en forma extraordinaria. Con lo que yo podía sacar lo que tengo de mujer. Vuelvo a hablar de la tensión: ¿qué tensión puede existir en un ambiente donde sonaba Arjona, la luz era roja y podías liberarte y ser hombre y mujer, cumplir con los dos roles? Era una experiencia total.
La cuestión es que en ese momento pensé qué buena esta mina. Pero a los dos días me dieron ganas de llamarla otra vez. La llamé, volvimos a salir, fuimos a tomar algo, las charlas siguieron siendo largas. Ella tenía la virtud de escuchar (a todos nos gusta escuchar nuestra propia voz). Sobre todo, daba lugar para hablar de todos los temas, aunque ella prefería los temas históricos y literarios. Los temas literarios no son mi fuerte, además de que ella tenía una formación literaria y musical muy distinta a la mía. Por ejemplo, no siente el rock and roll para nada sino que siente mucho más lo tropical. Por un tema generacional y porque en Paraguay pega…
AEC: ¿Ella era paraguaya?
Pancho: Claro, es paraguaya. Mujeres que siempre me parecieron maravillosas. Para mí la mujer paraguaya es miel. Es miel.
AEC: ¿Fuiste a Paraguay alguna vez?
Pancho: No, jamás. Pero conocí mucha gente paraguaya.
La cuestión es que ahí me contó donde vivía. Nada menos que en el bajo de San Isidro, en una villa que hay ahí. Para mí San Isidro tiene una connotación fuertísima en mi vida: los campeonatos de fútbol del SIC, las quintas donde jugábamos al fútbol, sin exagerar, de once de la mañana a seis de la tarde sin parar, siete horas de fútbol.
AEC: ¿Con quién jugabas?
Pancho: Tenía un amigo, Goya Gornetto, que tenía una quinta en San Isidro a la que en invierno la familia no iba y de la que nos apoderábamos. Nos tomábamos el tren y después el 707. Jugábamos partidos de tres contra tres, cuatro contra cuatro que, no exagero, duraban siete horas. Un día creías que eras Pinino Más, otro te sentías Ángel Clemente Rojas, Hermindo Onega. Imitabas.
Las primeras fiestas en San Isidro. La timidez frente al chetaje de San Isidro, creyendo que el chetaje no me iba a dar bola, sintiéndome menos. Odiando, por un lado, ese chetaje y, al mismo tiempo, queriéndolo.
AEC: Odiándolo y queriendo formar parte.
Pancho: Obviamente. Porque, ¿qué más lindo que una mina de San Isidro? Ir a la noche a apretar atrás de la Catedral… Y esta chica vive justo debajo de la barranca, al lado del puerto de San Isidro donde está el Club de Tribunales donde yo también jugaba a la pelota. Y está el Club Náutico de San Isidro donde iba a fiestas. ¡Ahí fui a mis dos únicas fiestas de smoking! La cuestión es que cuando ya habíamos salido varias veces, me dice «cuando quieras venite a mi casa». Y yo empecé a ir a jugar al fútbol los domingos a la mañana y después me iba a su casa. Ahí conocí a sus hijos, chicos encantadores pero con muchísimos problemas. Criados a la buena de dios, sin padre, viendo pasar veinticuatro parejas de ella. Muy confundidos.
AEC: ¿Ella siempre llevaba gente a su casa?
Pancho: No, llevaba a su casa nada más que a los que eran pareja de ella realmente, o a gente que le parecía extremadamente confiable como era mi caso.
Ahí empezamos a pasear por San Isidro con su hijo. Por ese San Isidro que yo amo. Recuerdo que una vez me dice: «esta semana no voy a estar porque me contrató un inglés para irme al interior del país.» Yo sentí un dolor que me partía el alma. Cuando volvió, la fui a la ver a la casa, fuimos a la playa, ahí en San Isidro, con los perros y el chiquito. Ella jugaba con el perro y también él tenía esa sensación de lejanía, de ausencia. A mí me partía el alma, porque tenía muchas ganas de que me abrazara y me dijera que me quería. Aunque yo sabía perfectamente que nuestra relación era imposible. Era imposible.

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