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El cuento del tío – Parte I

julio 9, 2008

En 2004 fui a un casamiento familiar. Era en una estancia de Carmen de Areco. Mi familia no asistió por no recuerdo bien qué tipo de rencilla histórica. Sin saber con quién hablar o qué decir, me protegí bajo la verborragia de un pariente. Estimulado por el alcohol me contó, en medio de la cancha de polo donde más tarde iría a acostarme, su historia amorosa con una puta. Primero fantaseé un cuento a partir de los datos sueltos que su incipiente borrachera entregaba. Meses más tarde decidí entrevistarlo en el 36 Billares. De ahí salió esta suma de relatos y pensamientos contradictorios que hablan de un hombre y su necesidad de seguir vivo, pero también de cómo nos inventamos argumentos para casi todo. Abajo, como apéndice, la versión pobre y facilista con aspiraciones literarias.

 

Pancho: Ahora le estoy haciendo lo del corralito a mi hermana. Es una tensión, unos nervios… Porque además tengo miedo que crea que no me ocupo.

La mina me dijo: «¿Sabe qué pasa con personalidades como la suya, tan pendientes de la expectativa de los demás? Usted construyó una vida en base a lo que no era. Porque usted me relata que de intelectual no tenía nada y pese a eso estudió Abogacía. Es muy difícil la lucha. Si usted hubiera sido Profesor de Educación Física… porque todo lo que usted me cuenta que le gusta tiene que ver con el deporte, con el juego, con lo lúdico.»

Yo pensé en un momento entrar en el Profesorado de Educación Física, pero por la vista no podía. Lo averigüé porque un amigo mío lo hizo. Cuando tenés un determinado nivel de miopía se considera peligroso.

La mina me dice: «No está mal lo que usted hizo, pero lo cierto es que vivió en una permanente tensión que lo lleva a agarrar esto, aunque usted se sienta mal.»

-¿Hace cuánto que no fuma?

-Media hora.

-¿Y cómo se siente?

-Me siento mal.

-Es como toda droga, paradójica. Usted se siente mal y sigue. Porque usted, a los cincuenta y dos años, si me dice que no se siente mal, no le creo. Porque con cada faso el bobo le hace así: bum bum, bum bum. Si usted me dice «me siento bien», es mentira.

Como el pibe que se excede con la cocaína. Al principio se va a sentir bien pero una vez que se empezó a exceder va a parar al carajo. Cosa que ví en amigos míos. Llegué a internar a un amigo en el Fernández. Lo fui a buscar un día a la casa y estaba con un saque… En bolas, temblaba y gritaba. Se me queda, se me queda. Hablé con Gabriel Antonioni, llamamos a la policía y lo internaron en el Fernández. Es la paradoja de toda droga.

Arremangame el canelón: Por supuesto. Lo que pasa es que, igualmente, hubiera sido difícil que elijas el Profesorado de Gimnasia en lugar de Abogacía.

Pancho: ¿Por qué?

AEC: Por la presión social.

Pancho: Mirá, eso es relativo. Por ejemplo Leandro Virón, mi amigo, muy amigo, es profesor de educación física y le fue bárbaro. Por supuesto, no es un tipo que sea rico. Ignacio tiene dos hijas adoptadas y tiene que laburar. Pero vive muy feliz, tiene sus horas de cátedra y lo nombraron director de deportes de un colegio. El fue jugador de rugby y entrena a la primera de Curupaytí. Imaginate, le tiran dos centavos. Tiene grupos de entrenamiento de fútbol. No creas que gana mucho menos que yo. Pero hizo lo que le gustaba. Recorrió todo Brasil, desde el sur hasta Colombia por todo el litoral. Me acuerdo que a los dieciséis años decía: «¿qué hago? ¿salgo con minas o juego al fútbol?». «Las dos cosas». «No, boludo, son incompatibles. Porque en la cancha tengo que estar diez puntos». «Vos sos un pelotudo.» «No, no, o minas o fútbol. Si salgo con minas es hasta las once de la noche.»

A los quince años me llevaba a ver partidos de básquet. Iba a ver los deportes más raros. Cien metros de atletismo, por ejemplo.

AEC: Igual el Derecho te interesa.

Pancho: Me apasiona, pero me pone extremadamente nervioso. Extremadamente tenso. Justamente hoy me preguntaba un empleado que se llama Eusebio, de Pehuajó, para qué sirve el Derecho. Mirá, es una cagada pero sirve para dirimir los conflictos sin que la gente se cague a trompadas. Si en el consorcio donde vivís uno no paga las expensas, ¿cómo hacés para que las pague? ¿lo matás? Una forma moderna de solucionar el conflicto es hacerle un juicio al chabón, darle tiempo para que garpe, para que pague en cuotas. Servimos para que el que quiere pagar menos, pague más; y el que quiere cobrar más, cobre menos. Somos el jamón del sándwich. En la medida que no lo veas así, no te va a entusiasmar. Si no ves eso, te parece un embole. Pura burocracia, papeles, mierda. Ahora, si ves que sos el jamón del sándwich del conflicto y que el conflicto se amortigua a través tuyo, vos absorbés el conflicto, le vas a encontrar un sentido. Si no, no.

Todo tiene su límite. Primero tenés que buscar la conciliación a toda costa. Si tu cliente debe guita, que la garpe. Que la garpe. Tratás de que garpe menos, pero que la garpe. Y una vez que hay juicio, tenés que tratar de mentir lo menos posible, currar lo menos posible, pero toda la verdad no podés decir. Yo no soy dios. Contra eso no sé qué decir. Ahí hay una falla de la justicia. Tal vez un abogado podría decir la verdad; no sé, yo no la digo. Es un viejo conflicto ético que nunca pude resolver. Pero, por lo general, como no tengo juicios grandes, no soy un abogado de estudios grandes, no defiendo a -qué se yo- Repsol YPF que miente por seis mil millones de dólares; por ahí miento que si Pablo Klappenbach le debe a un chabón dos mil, digo que en realidad le debe mil quinientos para buscar la transa. Bueno, flaco, en cuánto arreglamos. Tratemos de arreglar esto. No pasa de ahí.

Che, ¿se llevaron mi porrón?

AEC: Sí, se acabó.

Pancho: ¿Cómo se acabó?

AEC: Se acabó, estaba vacío.

Pancho: ¿Vos lo viste vacío?

AEC: No miré, me levanté y creí que estaba vacío.

Pancho: Me parece que me cagó la cerveza. Se la fue a tomar atrás. Bueno, vamos a hablar de esto.

AEC: Vamos a hablar de tu historia.

Pancho: Te propongo un pacto.

AEC: ¿Pacto de confidencialidad?

Pancho: Quiero decir el por qué. Me interesa decir el por qué. Uno, Homero Manzi, cuando escribe «Malena», se sospecha que en realidad le cantaba a una famosa cantante que vive todavía. Él la llamó Malena por respeto a la identidad de la mina. El amor tiene mucho de intimidad.

El otro ejemplo que quiero poner y que viene a cuento de tu profesión es Lope de Vega que luchó toda su vida entre lo sagrado y lo profano. Mientras era cura andaba con una mina casada por todo Madrid. La tensión del tipo era terrible. Venía de coger, se encerraba en su celda y se azotaba. No era un falso religioso, era un tipo íntegro.

La historia esta es producto de una fuerte tensión. ¿Por qué? Porque mi historia con las putas es justamente… Yo no quiero hacer con esto una apología de las putas. Porque para mí andar con putas es una mierda. No la puta, la señorita Beatriz. Y lo digo con conocimiento de causa porque yo he sido muy putañero. Y la puta es una cagada. Va, te cobra, simula…

AEC: Pero vos sabés que simula.

Pancho: Por supuesto, el contrato está clarísimo. Pero imaginemos la diferencia entre que nos levantemos dos minas acá, de buena ley, o que a la salida vayamos a un cabarute y paguemos. Y salgamos con dos minas nada más que porque les pagamos.

AEC: Pero, ¿cuál es la diferencia entre esos dos casos?

Pancho: Para mí es abismal. Si nos levantamos dos minas acá, salimos con ellas.

AEC: Y no pasa nada, cogés nada más.

Pancho: Pero salió con Pablo Klappenbach porque le gustaba. Eran dos personas que se sentían. Y tuvieron una historia de un día, de cuatro o de cinco. Pero la puta está laburando. Y en ese aspecto es algo degradante. ¿No te sentís bien para levantarte una mina?

AEC: Entiendo el razonamiento. Igual, hay algo que no me cierra: si en tu vida pagás para todo, pagar por sexo sería una cosa más.

Pancho: Sí, pero yo no te pago para que vos estés acá. O al revés: ¿qué pensarías si para estar acá te cobro?

AEC: Se entabla otra relación.

Pancho: ¿Cuál te parece mejor? ¿Ésta o si yo te digo: mi tiempo vale guita?

AEC: Pero la relación comercial que se establece: ¿no es parte del deseo que genera estar con una puta? Claro que es ambiguo o dañino.

Pancho: Voy a hablar de mí, generalizar está muy mal. Desde mí, si yo he putañeado fue porque no me animaba a levantarme una mina, me sentía poca cosa. Segundo, porque no quería la tensión de levantarte una mina por derecha: ir, conversar, salir y terminar en una cama. Con la puta vas, le decís cuánto cobras. Cien mangos. Vamos.

¿Qué pasa?

(Perdón, una sola cosa: ese señor de impermeable que se va ahí es el encargado de los billares de abajo. Campeón mundial de billar. Osvaldo Berardi. En 1967, Düsseldorf, le ganó la final a Raymond Ceulemans, el más grande billarista de la historia. Le ganó un Billar Cuadro, una especialidad muy jodida.

AEC: ¿En qué consiste Billar Cuadro?

Pancho: La mesa se marca con tiza. Y además de hacer la carambola, depende de dónde quede tu bola la puntuación que conseguís. La precisión es notoria y se marca de una forma muy complicada. Yo le pedí…

AEC: ¿Cómo lo conocés?

Pancho: Vengo mucho acá, dos veces por semana seguro. Lo conocí porque un día vine a jugar al billar con Fernando Atagelt y, mientras jugábamos, yo hablaba de Racing -Fernando es de Racing- y decía frases. Tucho Méndez dijo: «Racing es mi mujer y Huracán es mi amante». Le recitaba la delantera de Racing campeón del ’49: Sued, Simes y Tucho Méndez. El terceto central. Entonces, se me acerca Berardi y me dice: «Usted está hablando de cosas que no vivió. ¿Cuántos años tenía? ¿Cómo sabe?» «Me interesa mucho la historia del fútbol. Pero la historia de este deporte también me interesa, aunque sé mucho menos. Sé quién fue Osvaldo Berardi, los hermanos Navarra, Ceulemans… ¿Usted quién es? Yo soy Osvaldo Berardi.

Todavía juega a tres bandas que, además de hacer la carambola, la bola tiene que tocar tres lados. Es un hijo de puta, no lo podés creer. Ni se te ocurre cómo hace. Lo que pasa es que hace un cálculo matemático. Agarra un papel y no sé qué cálculos hace que están relacionados con los rombos que están en la mesa. Yo participé en dos torneos. Sexta categoría, carambola libre. En uno me limpiaron en el primer partido y en el otro gané el primero a un viejo que tenía lumbago y, como no podía agacharse, jugaba derecho. Como en todo deporte, en el Billar tenés que flexionar las rodillas. Al viejo le gané y en el segundo perdí 50 a 20. No, los tipos… belleza.)

Bueno, ¿querés que hablemos de esto?

AEC: Estamos hablando. Lo que más me interesa es que puedas reconstruir el mundo de las putas, pero también el de la noche.

Pancho: Lo que ocurre es que, cuando se sufre esa tensión insoportable porque la vida llega a no gustarte, buscás por todos los medios el alivio. Hay alivios que para mí son sanos, como el fútbol, la muchachada del fútbol. Por eso lo sigo jugando y creo que jamás lo voy a abandonar. Porque ahí se conoce a la gente tal cual es. En la fricción física te das cuenta quién es quién. En la fricción física está el que es noble, el cagador, etcétera. El deporte de contacto marca quién es cada uno.

Hay otras maneras de buscar tranquilidad que producen mucha tristeza. Por algo se habla tanto de la depresión poscoito.

AEC: Eso existe más allá de estar con una puta, la experiencia del vacío.

Pancho: Lo que pasa es que con la mujer paga se acentúa mucho más, porque además te sentís un pelotudo, un paganini. Y una cosa es sentirte un paganini al tomar una cerveza y otra es cuando estoy practicando sexo. Porque el sexo es algo muy fuerte. Por algo se vincula acabar con la pulsión de muerte. Además, ahí está en juego el abrazo, la caricia. Que te abracen, que te toquen. El sexo es algo sublime, algo maravilloso. Por un lado nos da mucho placer, pero también nos da mucha tristeza. Queremos poseer pero por otro lado queremos que se vaya. Y tenemos miedo que nos dejen, quedarnos solos. Entonces, en el sexo están resumidas una cantidad de pasiones que exceden lo fisiológico. La prostituta está poniendo el cuerpo pero está pensando en otra cosa. Y de ahí la frustración.

***

El cuento del tío

Era muy putañero. Se sabía. Él mismo me lo dijo mucho después, verificando o reforzando el chisme. No es claro si se trata de una práctica que es parte del pasado o si todavía existe. Lo dudoso es cómo acomoda los tiempos cuando aborda el tema. Una vez, el relato se hace en presente; otras, forma parte de un pasado extinguido, casi olvidado. A veces lo contaba desde la perspectiva, por demás inverosímil, del abogado samaritano -a lo Gálvez- que se acerca a la prostituta para higienizarla, para intentar convertirla en una persona de bien; pero había oportunidades en que sentía que se abría con un bisturí para mostrar el centro de su tripas, lo más sucio y reprochable de su persona. Y ésa es la historia que vale la pena contar acá, la que contaba valiéndose, como buen narrador, de la necesidad que todo relato tiene de encarnarse en quien lo narra. La historia vivía en él con un tinte de tragedia, con un sabor de tinto terroso con hielo, con un compás de tango. Por eso, recién ahora me doy cuenta, era un relato en presente. Es.

Se mete en Salomé mucho después de salir de su oficina, un estudio con una modernidad de hace veinte años, enclavado en la galleguísima Avenida de Mayo. Antes, había resistido su pulsión y se había metido tres media lunas con café con leche en la Academia (ahí, donde, por primera vez en su vida, un hombre lo besó en la boca tras el triunfo en una partida de billar). Salido del tiempo corriente, le valía como cena. Agarró por Callao preparándose al regreso, pero dilatando, en el caminar, la vuelta a casa. Eligió doblar por Córdoba, ahí no hay necesidad de dar una imagen a los otros caminantes (a esa hora los únicos que pasan por ahí lo hacen en coche). Le gustaba sentir la luz cobriza como única iluminación, percibir la ciudad que se abandona. Al llegar a Pueyrredón, donde debía doblar, le pareció temprano y prefirió seguir un poco más, extender su deambular para volver a casa rendido, listo para desmayarse en la cama. Cuando ya estaba en Bilinghurst, caminar no tenía sentido. Y, ya lo dije, era muy putañero como para no sentirse atraído por el neón de la puerta, los vidrios opacos que sólo dejaban suponer un adentro.

Se mete en Salomé un tipo no muy llamativo, que no las tiene de oro (nunca entendí qué quería decir con esa frase, siempre permaneció oscura pero, al mismo tiempo, llamativa) y se acoda en la barra. ¿Y qué se puede esperar? No es la llegada del hombre de los sueños, sino la de un tipo más dispuesto a pagar el servicio. Lo encaran y le hacen pedir un whisky, tal es la obligatoria norma para continuar con el flirteo, ese jueguito que es obvio en su ficción, pero que no hace más que subrayar lo oculto en cualquier otro tipo de seducción.

La primera vez que la vio ella le había advertido, no te enamores de mí. Ella se lo dijo y fue como un conjuro, el peso de una ley invisible que caía sobre él. Su decir parecía, ahora, visto a la distancia, un recurso del más básico marketing, una fórmula de libro utilizada para atrapar al cliente. Pero esa no es la mirada con que narró los hechos. No.

Tiene la idea, la pésima idea, la que viola, según él, todas las reglas del proceder prostibular: volver con la mujer al punto de partida. Nomás traspasa la puerta, el tiempo del trabajo se restablece en toda su evidencia. Te tengo que dejar, Francisco. Lo besa en la mejilla y empieza otra vez con su rutina, inamovible y eficaz. Allá, en unos sillones bajos, dos tipos toman champán en medio de la penumbra azul. Esperan y disfrutan, paladean lo que está por venir.

Si las alucinaciones tienen cabida, si existe algo así como los demonios, es por su capacidad de negar la existencia de lo racional, de vencer la argumentación lógica sólo por imponérsele a la fuerza. Ahí va él metido en un taxi, siguiendo al trío y asistiendo en su interior a una lucha entre la pasión y la razón. Porque no es cierto que él sea lo racional, como suponía mientras me lo contaba, al tiempo que lo otro sería un agregado, un cuerpo extraño que se adhería al suyo. Mientras, el recorrido interior coincide con el andar nocturno y acaba enfrentándose al hecho crudo: los tres se habían detenido en un piso de Pedro Goyena de excelente categoría, lujoso, insuperable.

Habían cogido de perlas. Ella gozó, te juro, acabó y todo. Además, era una mina inteligente, con la que podías hablar y con la que nos cagamos de risa. No tenía sentido, pero ahí estaba, no había explicación pero no podía decirle al tachero llevame a casa.

Estaba obnubilado por esa mujer de la cual no esperaba nada de antemano. Esa mujer. Encontrar que no sólo podía garchársela, sino que encima lo escuchaba era demasiado para su soledad. En su vida no se produjo ningún cambio después de esta aventura, tarde o temprano todo volvió a la normalidad, a su normalidad de putas. Pero los diez u once meses que duró, vivió en un limbo al cual su vida cotidiana sólo entraba como los rayos de la mañana pasan, molestos, a través de las rendijas de una persiana un domingo temprano.

Hay que verlo. Cómo se prepara. Es un ritual: el pantalón de tenista, bolsillos sintéticos, nylon en red microscópica; zapatillas blancas con polvo de ladrillo pero gastadas, fuera de temporada; medias oscuras, de vestir; calzoncillos largos negros, debajo, protegiendo de la helada; bincha tela de toalla; anteojos de acrílico con aumento. Baja por Pueyrredón mientras las venas se ensanchan, festejando la vida, celebrando un motivo. Un lujo de atleta lo lleva hasta Figueroa Alcorta, dejándose admirar por la arquitectura burguesa, tan distinta a esos edificios nuevos, menemistas, de Caballito adentro, a unas cuadras de Rivadavia. Hay equilibrio, hay orden. Es una tarde de pleno sol y la gente está animada, hablan, sonríen, dialogan. No puede creerlo pero dejándose llevar, librando su pensamiento a un futuro cargado de imágenes, ya está entre los bosques y el pensamiento, si tuviera un auto, cuántas historias, árboles que despiden sexo consumado, ríos de espermas tambaleándose entre el pasto. Las familias, qué inocencia, piensa. Cuánta felicidad que es una postergación de la verdad. Yo solo puedo recorrerlos y ver en sus caras las ínfulas, la superioridad respecto de los otros que son, también, parte de esa familia; es evidente, los miro, su desear los cuerpos que pasan, agitados, livianos por el sudor, mostrándose y perturbando esa organicidad de los chicos corriendo y los padres sentados junto a un mate y unos bizcochos agridulces. A derecha, considera, el hombre demostrándose que es hombre, las piletas perfectas derramándose hacia una ciudad que odia el río, que lo detesta en su forma fangosa. Viejas estrellas desperdiciando el tiempo en Selquet y, mirá, cómo pasa el tiempo, ya casi te estoy penetrando, degustando tu piel morena perfecta. Ya casi estoy en el perfume de tu pelo, casi me enredo en la suavidad del lóbulo y casi buceo las cavidades de tu oreja.

Adelanta el paso, como quien dice, y no importa que a esta altura el corazón lata como un condenado que pide amparo. No importa, esto no es Texas y acá nadie se muere tan de repente. Un triunfador hacia la cúspide, a punto de acariciar el trofeo. El Monumental expectante, apenas si lo saluda, él, que se hace el patricio. Y pasa por la Escuela y los nombres de los que eligieron un camino simple, sin arrugas, pero directo. Ellos me acompañan en la lucha, recupera las fuerzas, percibe un envión extra que llega del ejemplo que dan los muertos. Recorre, entonces, las barras que componen las baldosas, color arena o amarillo u ocre, saltándolas, esquivando su individualidad. Se lanza y mira hacia derecha, recogiendo las verjas y los motivos marítimos; y mira hacia izquierda y ese edificio que tanto le trae a la memoria las persecuciones por Caballito.

La comisaría-garita de General Paz y preguntarse para qué, cómo es que existe y, otra vez, verse arrojado al mundo: un supermercado, un club, casi el destino primero. El agua, cerca.

-Es para dar unas vueltas, nada más. Mintió.

-Mirá que no me hago responsable. Firmá acá y dejame tu tarjeta.

Por ver esos pezones que lo alcanzan todo, hasta que se endurecen y se convierten en un recorrido de mi lengua. Por encontrar la curva de esa cadera que se rinde, finalmente, a las leyes de la caída que imperan en el mundo. Por lamer esa concha jugosa que no conoce fatigas. Se mete en el kayak y tiene que reconocerse, desconoce la manera. Palea y palea, girando en círculo como un desgraciado eterno. Mete la pala más adentro y, ahora sí, siente el impulso, siente la potencia viril del macho que va en busca de la hembra. Su soledad ahora tiene un proyecto. Son sus pensamientos los que endurecen y muestran ese palo forzando la tela sintética, levantándola, llenando el interior de aire. Rema entre el sol y el agua amarronada, mientras se deriva en erecciones y posibles actos sexuales. Es un héroe.

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